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La novela española a partir de 1936
LA NOVELA ESPAÑOLA A PARTIR DE 1936
La novela de posguerra (1939-1950)
En los primeros años de la posguerra la vida en España estuvo caracterizada por la escasez de bienes, donde, sobre todo entre los perdedores, era evidente la frustración, el pesimismo y la lucha por la supervivencia. La censura, tanto política como literaria, prohibía la más mínima desviación o crítica de la doctrina oficial.
El ambiente de la sociedad española quedará reflejado en novelas como La familia de Pascual Duarte de Cela (1942) y Nada de Carmen Laforet (1945). En estas obras se refleja de una forma amarga la vida cotidiana, podríamos decir que su enfoque se hace desde lo existencial, de ahí que los grandes temas sean la soledad, la inadaptación, la frustración, la muerte... Es sintomática la abundancia de personajes marginales y desarraigados, o desorientados y angustiados. Todo ello fiel reflejo del momento histórico-político. Podríamos decir que lo que resulta característico de los años 40 es la trasposición del malestar social a la esfera de lo personal, de lo existencial.
El realismo social en la novela (1951-1962)
De la angustia existencial pasamos a las inquietudes sociales. Cuando se habla de novela social, este calificativo puede usarse en un sentido amplio (la sociedad como tema) o restringido (novela que denuncia la injusticia social desde una concepción dialéctica). Lo social –en uno u otro sentido- será la corriente dominante entre 1951 –fecha de la Colmena de Cela- y 1962 –fecha de Tiempo de silencio de Martín Santos-. En la década de los 50 se dan a conocer Aldecoa, Ana María Matute, Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Caballero Bonald, García Hortelano... (el conjunto de estos autores ha recibido denominaciones de generación del 55 o del medio siglo).
En todos ellos nos encontramos una serie de rasgos comunes. Ante todo la solidaridad con los humildes y los oprimidos, la disconformidad ante la sociedad española, el anhelo de cambios sociales... Todos ellos asumen las premisas de Jean-Paul Sartre, quien defiende que el escritor debe ponerse al servicio de una voluntad de transformar la sociedad, debe de comprometerse ante la injusticia social, de ahí que asuma papel de denuncia que no podían cumplir otros medios. Goytisolo reconocerá que la novela se había puesto a desempeñar funciones que correspondían en otros países a la prensa o a la tribuna política.
Dentro del realismo dominante nos encontramos dos corrientes:
-el objetivismo, se propone un testimonio escueto, sin aparente intervención de autor. Se limita a registrar la pura conducta externa de individuos o grupos, y a recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones (en esta línea tenemos a Fernández Santos con Los bravos y Sánchez Ferlosio con El jarama).
-realismo crítico o realismo socialista. No sólo trata de reproducir la sociedad, sino que intenta también explicarla, poniendo al descubierto sus mecanismos profundos y denunciándolos (en esta línea tenemos a Goytisolo).
En la novela social el contenido tiene toda la prioridad, y a él se subordinan las técnicas elegidas; se antepone la eficacia de las formas a su belleza y se rechaza toda experimentación y virtuosismo. Se prefiere la narración lineal. En muchas nos encontramos personaje colectivo, ejemplo de ello La Colmena. Pero junto al personaje colectivo tenemos la presencia de un personaje representativo, tomado como síntesis de una clase o grupo. La búsqueda de lo social hace que el autor se vuelque hacia lo puramente externo, sin bucear en el interior de los personajes. La mirada del novelista suele asemejarse a la de una cámara cinematográfica, y los diálogos parecen recogidos magnetófono. El novelista no comenta (se ha llegado a hablar de la desaparición del autor). Se intenta que los diálogos sean fiel reflejo del habla viva, cotidiana. A ello se añade que el lenguaje adopta normalmente el estilo de la crónica, desnudo, directo.
-La novela española desde 1962
A partir de 1962 comienzan a manifestarse signos de cansancio del realismo dominante de la novela española. Algunos críticos manifiestan la necesidad de fantasía, señalan el peligro de anquilosamiento de la “literatura magnetofónica” (Díaz Plaja) o lamentan la “creciente despreocupación del escritor respecto del lenguaje”.
Nuestros autores tienen cada vez más en cuenta las aportaciones de los grandes novelistas extranjeros, y pronto causará fuerte impacto la nueva novela hispanoamericana (en 1962 sale La ciudad y los perros de Vargas Llosa y en 1967 Cien años de soledad de García Márquez).
En los diez años que van de 1962 a 1972 se suceden aportaciones decisivas en la línea de la renovación, destacando autores como el ya mencionado Martín Santos con su Tiempo de silencio, pero también autores como Juan Benet con Volverás a Región (1967), Juan Marsé con Últimas tardes con Teresa (1966) o Juan Goytisolo con Señas de identidad (1966).
En estas obras lo que prima es la forma, la arquitectura, la composición. De ahí que se haya hablado de formalismo, por oposición a una literatura comprometida que da prioridad a los contenidos sociales, políticos, ideológicos.
La novela de los años 60 se caracteriza por su perspectivismo, es decir, diversos enfoques pueden dar interpretaciones distintas y hasta contradictorias de la misma realidad. Por otro lado el argumento pasa ahora a un segundo plano, en muchos casos es un mero soporte o pretexto para el juego de lenguaje. Frente al tratamiento realista, la novela actual da entrada a lo imaginativo, lo alucinante, lo irracional, lo onírico.
En lo que se refiere a la estructura interna nos encontramos la técnica llamada de contrapunto que consiste en presentar varias historias que se combinan y alternan. En lo que se refiere al tiempo tenemos lo que se ha denominado el desorden cronológico. Otras veces puede percibirse la influencia del montaje cinematográfico con su técnica del flash-back.
Nos encontramos como disminuye el diálogo a favor de otros procedimientos como el estilo indirecto libre y el monólogo interior.
Frente al objetivismo que excluía los comentarios de tipo ideológico, las formas más complejas de novela les dan entrada de diversos modos: diálogo, monólogos, digresiones...Ahora la novela tiende a absorber elementos de otros géneros, como el ensayo.
En lo que se refiere al estilo se tiende a borrar la frontera entre la prosa y el verso (el lenguaje poético penetra abundantemente en la novela), por otra parte se incorporan nuevos elementos, antes extraños a la novela, como expedientes, anuncios, textos periodísticos...A su vez se dan ciertos artificios tipográficos como la ausencia de puntuación, disposiciones especiales de párrafos o líneas, uso de distintos tipos de letras, inserción de grabados y esquemas, etc.
La novela en los años 70
Los nuevos novelistas enlazan con la renovación iniciada por los autores de los años 60, pero se empieza a notar ya cierta moderación en los experimentos: se desechan bastantes experimentos, y se consolidad otros. Nos encontramos una vuelta a ciertos aspectos de la novela tradicional, así se percibe un retorno a la historia, a la anécdota, se resucita el placer de contar. En esta línea destacan autores como Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta (1975), Juan José Millás, Vázquez Montalbán quien ha cultivado la novela de intriga (cfr. su personaje Pepe Carvalho), etc.
Mención especial merece la figura de Francisco Umbral cuyas obras se sitúan en la confluencia entre la ficción, lo autobiográfico, la crónica periodística, el ensayo... Nos encontramos ante uno de los máximos artífices de la literatura actual, destacando sobremanera su obra Mortal y rosa (1975)
En la década de los 80 nos encontramos una vuelta hacia formas narrativas más tradicionales. Nos encontramos una serie de características: recuperación del intimismo, gusto por contar historias, y reaparición del realismo, pero sin tintes testimoniales o sociales. Se pretende contar historias limitadas, mínimas. Destacan autores como Julio Llamazares, Javier Marías, Muñoz Molina con El jinete polaco, Luis Landero con Juegos de la edad tardía...
En esta obra Camilo José Cela no sólo se centrará en la miseria social de sus personajes, sino que se valdrá de un lenguaje muy procaz y expresivo. Esta técnica desgarrada, de un realismo exagerado, unida a la violencia verbal, se conocerá con el nombre de tremendismo
La novela española a partir de 1936
LA NOVELA ESPAÑOLA A PARTIR DE 1936
La novela de posguerra (1939-1950)
En los primeros años de la posguerra la vida en España estuvo caracterizada por la escasez de bienes, donde, sobre todo entre los perdedores, era evidente la frustración, el pesimismo y la lucha por la supervivencia. La censura, tanto política como literaria, prohibía la más mínima desviación o crítica de la doctrina oficial.
El ambiente de la sociedad española quedará reflejado en novelas como La familia de Pascual Duarte de Cela (1942) y Nada de Carmen Laforet (1945). En estas obras se refleja de una forma amarga la vida cotidiana, podríamos decir que su enfoque se hace desde lo existencial, de ahí que los grandes temas sean la soledad, la inadaptación, la frustración, la muerte... Es sintomática la abundancia de personajes marginales y desarraigados, o desorientados y angustiados. Todo ello fiel reflejo del momento histórico-político. Podríamos decir que lo que resulta característico de los años 40 es la trasposición del malestar social a la esfera de lo personal, de lo existencial.
El realismo social en la novela (1951-1962)
De la angustia existencial pasamos a las inquietudes sociales. Cuando se habla de novela social, este calificativo puede usarse en un sentido amplio (la sociedad como tema) o restringido (novela que denuncia la injusticia social desde una concepción dialéctica). Lo social –en uno u otro sentido- será la corriente dominante entre 1951 –fecha de la Colmena de Cela- y 1962 –fecha de Tiempo de silencio de Martín Santos-. En la década de los 50 se dan a conocer Aldecoa, Ana María Matute, Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Caballero Bonald, García Hortelano... (el conjunto de estos autores ha recibido denominaciones de generación del 55 o del medio siglo).
En todos ellos nos encontramos una serie de rasgos comunes. Ante todo la solidaridad con los humildes y los oprimidos, la disconformidad ante la sociedad española, el anhelo de cambios sociales... Todos ellos asumen las premisas de Jean-Paul Sartre, quien defiende que el escritor debe ponerse al servicio de una voluntad de transformar la sociedad, debe de comprometerse ante la injusticia social, de ahí que asuma papel de denuncia que no podían cumplir otros medios. Goytisolo reconocerá que la novela se había puesto a desempeñar funciones que correspondían en otros países a la prensa o a la tribuna política.
Dentro del realismo dominante nos encontramos dos corrientes:
-el objetivismo, se propone un testimonio escueto, sin aparente intervención de autor. Se limita a registrar la pura conducta externa de individuos o grupos, y a recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones (en esta línea tenemos a Fernández Santos con Los bravos y Sánchez Ferlosio con El jarama).
-realismo crítico o realismo socialista. No sólo trata de reproducir la sociedad, sino que intenta también explicarla, poniendo al descubierto sus mecanismos profundos y denunciándolos (en esta línea tenemos a Goytisolo).
En la novela social el contenido tiene toda la prioridad, y a él se subordinan las técnicas elegidas; se antepone la eficacia de las formas a su belleza y se rechaza toda experimentación y virtuosismo. Se prefiere la narración lineal. En muchas nos encontramos personaje colectivo, ejemplo de ello La Colmena. Pero junto al personaje colectivo tenemos la presencia de un personaje representativo, tomado como síntesis de una clase o grupo. La búsqueda de lo social hace que el autor se vuelque hacia lo puramente externo, sin bucear en el interior de los personajes. La mirada del novelista suele asemejarse a la de una cámara cinematográfica, y los diálogos parecen recogidos magnetófono. El novelista no comenta (se ha llegado a hablar de la desaparición del autor). Se intenta que los diálogos sean fiel reflejo del habla viva, cotidiana. A ello se añade que el lenguaje adopta normalmente el estilo de la crónica, desnudo, directo.
-La novela española desde 1962
A partir de 1962 comienzan a manifestarse signos de cansancio del realismo dominante de la novela española. Algunos críticos manifiestan la necesidad de fantasía, señalan el peligro de anquilosamiento de la “literatura magnetofónica” (Díaz Plaja) o lamentan la “creciente despreocupación del escritor respecto del lenguaje”.
Nuestros autores tienen cada vez más en cuenta las aportaciones de los grandes novelistas extranjeros, y pronto causará fuerte impacto la nueva novela hispanoamericana (en 1962 sale La ciudad y los perros de Vargas Llosa y en 1967 Cien años de soledad de García Márquez).
En los diez años que van de 1962 a 1972 se suceden aportaciones decisivas en la línea de la renovación, destacando autores como el ya mencionado Martín Santos con su Tiempo de silencio, pero también autores como Juan Benet con Volverás a Región (1967), Juan Marsé con Últimas tardes con Teresa (1966) o Juan Goytisolo con Señas de identidad (1966).
En estas obras lo que prima es la forma, la arquitectura, la composición. De ahí que se haya hablado de formalismo, por oposición a una literatura comprometida que da prioridad a los contenidos sociales, políticos, ideológicos.
La novela de los años 60 se caracteriza por su perspectivismo, es decir, diversos enfoques pueden dar interpretaciones distintas y hasta contradictorias de la misma realidad. Por otro lado el argumento pasa ahora a un segundo plano, en muchos casos es un mero soporte o pretexto para el juego de lenguaje. Frente al tratamiento realista, la novela actual da entrada a lo imaginativo, lo alucinante, lo irracional, lo onírico.
En lo que se refiere a la estructura interna nos encontramos la técnica llamada de contrapunto que consiste en presentar varias historias que se combinan y alternan. En lo que se refiere al tiempo tenemos lo que se ha denominado el desorden cronológico. Otras veces puede percibirse la influencia del montaje cinematográfico con su técnica del flash-back.
Nos encontramos como disminuye el diálogo a favor de otros procedimientos como el estilo indirecto libre y el monólogo interior.
Frente al objetivismo que excluía los comentarios de tipo ideológico, las formas más complejas de novela les dan entrada de diversos modos: diálogo, monólogos, digresiones...Ahora la novela tiende a absorber elementos de otros géneros, como el ensayo.
En lo que se refiere al estilo se tiende a borrar la frontera entre la prosa y el verso (el lenguaje poético penetra abundantemente en la novela), por otra parte se incorporan nuevos elementos, antes extraños a la novela, como expedientes, anuncios, textos periodísticos...A su vez se dan ciertos artificios tipográficos como la ausencia de puntuación, disposiciones especiales de párrafos o líneas, uso de distintos tipos de letras, inserción de grabados y esquemas, etc.
La novela en los años 70
Los nuevos novelistas enlazan con la renovación iniciada por los autores de los años 60, pero se empieza a notar ya cierta moderación en los experimentos: se desechan bastantes experimentos, y se consolidad otros. Nos encontramos una vuelta a ciertos aspectos de la novela tradicional, así se percibe un retorno a la historia, a la anécdota, se resucita el placer de contar. En esta línea destacan autores como Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta (1975), Juan José Millás, Vázquez Montalbán quien ha cultivado la novela de intriga (cfr. su personaje Pepe Carvalho), etc.
Mención especial merece la figura de Francisco Umbral cuyas obras se sitúan en la confluencia entre la ficción, lo autobiográfico, la crónica periodística, el ensayo... Nos encontramos ante uno de los máximos artífices de la literatura actual, destacando sobremanera su obra Mortal y rosa (1975)
En la década de los 80 nos encontramos una vuelta hacia formas narrativas más tradicionales. Nos encontramos una serie de características: recuperación del intimismo, gusto por contar historias, y reaparición del realismo, pero sin tintes testimoniales o sociales. Se pretende contar historias limitadas, mínimas. Destacan autores como Julio Llamazares, Javier Marías, Muñoz Molina con El jinete polaco, Luis Landero con Juegos de la edad tardía...
En esta obra Camilo José Cela no sólo se centrará en la miseria social de sus personajes, sino que se valdrá de un lenguaje muy procaz y expresivo. Esta técnica desgarrada, de un realismo exagerado, unida a la violencia verbal, se conocerá con el nombre de tremendismo